Jurassic Park : Nuevo Mundo

Chapter 19: capitulo 19



La luz del sol no entraba en aquel refugio. Pero el amanecer se sentía. Una vibración suave recorría las paredes, no por un temblor ni por la maquinaria, sino por la calma pesada del nuevo día… una calma frágil, que se quebraba con cada respiración cargada de recuerdos.

Leo fue el primero en abrir los ojos. Había dormido poco, en un colchón improvisado sobre una colchoneta térmica junto a una de las paredes metálicas del refugio. A su lado, Tomás roncaba suave, abrazando su mochila como si aún estuviera en el viaje escolar que alguna vez soñaron. Los otros estaban en la sala anexa, donde el doctor les había instalado literas viejas, colchonetas, mantas térmicas... todo lo que se había podido rescatar de las instalaciones antes de que la isla colapsara.

Leo se levantó y caminó hacia el pequeño pasillo que conectaba con la sala de vigilancia. El Dr. Elías Rivas ya estaba allí, tomando notas frente a una consola cubierta de pantallas agrietadas y luces parpadeantes. La mayoría de los monitores estaban apagados o mostraban estática. Solo uno mostraba una imagen congelada de lo que alguna vez fue un parque moderno. Ahora, ruinas.

—¿Dormiste algo, doctor? —preguntó Leo, con voz rasposa.

Elías giró levemente el rostro y asintió, aunque era obvio que mentía. Había pasado la noche revisando registros antiguos, grabaciones de seguridad, y un transmisor de onda corta que parecía más decorativo que funcional.

—Un poco. ¿Y tú?

Leo se encogió de hombros.

—No puedo dejar de pensar en Félix… —dijo, bajando la mirada—. Y en lo que dijiste anoche. Sobre el híbrido. ¿De verdad no hay forma de detenerlo?

Elías dejó el bolígrafo a un lado. Había algo diferente en él esa mañana. Más humano. Menos científico.

—Lo intentamos. Al principio. Con tranquilizantes, con bloqueos de seguridad, incluso con otros depredadores. Pero el Dreadaptor no sigue las reglas. Caza por instinto, pero también por placer. Y, lo más peligroso… —el doctor lo miró—, aprende.

Leo tragó saliva. Se acercó al transmisor.

—¿Y eso sirve? ¿Podemos llamar a alguien?

Elías negó con la cabeza.

—No desde aquí. La tormenta que azotó la isla dañó las torres principales. Este lugar está protegido por capas de roca volcánica. Es seguro, pero un infierno para las señales. Sin embargo… hay una posibilidad.

En ese momento, Tomás apareció en la puerta, despeinado y con sus lentes empañados.

—¿Qué posibilidad?

El doctor tomó una libreta y la abrió en una página marcada con cinta adhesiva.

—En la zona noreste de la isla, en una elevación natural conocida como Pico Central, había una torre de comunicaciones de respaldo. Era parte del sistema de emergencia. Nunca estuvo conectada a la red principal, pero tiene una radio satelital independiente. Con eso, podríamos enviar un SOS a la base continental.

—¿Y qué tan lejos está? —preguntó Tomás.

—Tres zonas más allá —dijo el doctor—. Y todas ellas están infestadas.

En ese momento, los demás empezaron a levantarse. Maya entró con expresión de fastidio y miedo, frotándose los brazos como si el frío fuera más emocional que físico. Kiara le seguía, despeinada y aún en ropa de dormir.

—¿De qué hablan tan temprano…? —murmuró Kiara, mientras tomaba una barra de cereal.

—De salir —respondió Leo—. De encontrar una torre que puede llamar ayuda.

Darío entró último, bostezando.

—¿Salir? ¿Otra vez? ¡Ayer casi me muero como tres veces!

—Félix sí murió —le recordó Maya, con voz temblorosa.

Hubo un silencio incómodo. Kiara desvió la mirada. Tomás apretó los puños.

El doctor los dejó hablar entre ellos. Los observaba. No como sujetos de prueba, sino como lo que eran: niños atrapados en el infierno que él ayudó a crear.

—Entiendo que estén cansados. Que tengan miedo —dijo finalmente—. Pero si nos quedamos aquí demasiado tiempo, el híbrido volverá. Este refugio no fue diseñado para ocultarse por semanas. Solo por días. Y si encuentra la entrada…

Leo asintió. Tomás también.

—¿Qué necesitamos para llegar a la torre? —preguntó el nerd, ahora completamente despierto.

Elías desplegó un mapa. Era antiguo, pero funcional. Mostraba la isla dividida en seis zonas: Zona Roja, Bosque Pantanoso, Cañones del Este, Praderas del Sur, Zona Rocosa y Zona Costera. Ellos estaban al borde entre la Zona Roja y el inicio del Bosque Pantanoso.

—Tendremos que cruzar el pantano, bordear la zona rocosa evitando el territorio del Giganotosaurus y buscar la antigua ruta de servicio hacia el pico.

—¿Dijiste Giganotosaurus? —preguntó Maya, pálida.

—Sí. Y no es el único problema. En los pantanos hay criaturas más pequeñas, pero muy agresivas. Como los Baryonyx y los Suchomimus.

—¡Genial! ¡Más bichos gigantes! —dijo Darío, sarcástico.

El doctor les ofreció una opción.

—Podemos quedarnos aquí uno o dos días más para preparar el viaje. Tengo equipo, linternas, mochilas, algo de comida y lo suficiente para una caminata rápida. Pero cuanto más esperemos, más peligroso será.

Leo miró a los demás.

—Si hay una forma de pedir ayuda… hay que intentarlo.

—Estoy contigo —dijo Tomás, firme.

—Yo también… supongo —murmuró Kiara, aunque su tono era más resignado que valiente.

—No quiero morir acá —añadió Maya, sin mirar a nadie.

—Yo solo quiero que no me coman, ¿vale? —soltó Darío, cruzado de brazos—. Pero voy.

El doctor asintió.

—Entonces, tenemos trabajo. Coman algo, cámbiense. Y prepárense para conocer una parte aún más salvaje de esta isla.

Horas después, mientras revisaban mochilas y preparaban lo necesario, Leo se acercó a una pequeña vitrina en el refugio. Dentro había fotografías viejas, planos y una imagen en blanco y negro del primer prototipo del híbrido.

Leo observó esa imagen durante un largo rato.

—¿Sabías que esto iba a pasar? —le preguntó al doctor.

Elías se quedó quieto.

—Sabía que estábamos cruzando límites. Pero no sabía cuán rápido la naturaleza reclamaría lo que era suyo.

Leo bajó la mirada. Luego, murmuró:

—Pues ahora nos toca sobrevivir… o no salir jamás de esta isla.


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