Jurassic Park : Nuevo Mundo

Chapter 20: Capitulo 20



El refugio estaba sumido en un silencio expectante. Mientras los adolescentes reunían mochilas, mapas y baterías para iniciar el camino hacia la torre de comunicaciones, Leo no podía evitar mirar la pared del refugio, donde había un mural digital apagado que alguna vez mostró los mapas interactivos de la isla.

A pesar del caos de los últimos días, su pasión no se apagaba. Era un amante de los dinosaurios desde niño, y aunque los últimos días habían sido aterradores, también le habían parecido... fascinantes.

Aprovechó el momento en que el doctor Elías Rivas repasaba una caja de suministros y se acercó con curiosidad.

—Doctor... —dijo en voz baja.

Elías alzó la mirada, sorprendido por la interrupción.

—¿Sí, Leo?

—Sé que no es momento, pero... ¿podría decirme qué especies de dinosaurios hay en esta isla? Es que... yo los amo desde niño. El T. rex es mi favorito. Y desde que llegamos, no he dejado de preguntarme si hay uno aquí...

Elías dejó escapar un leve suspiro. El peso de tantos secretos parecía arrastrarlo cada vez más al silencio, pero algo en los ojos del muchacho lo obligó a hablar.

—Hay muchas especies, Leo. Muchas más de las que aparecen en los registros. Algunas fueron modificadas, otras resultaron de mutaciones... Y sí, hay un T. rex.

Leo abrió los ojos con asombro.

—¿Cómo es? ¿Dónde vive?

Elías cerró la caja de suministros lentamente y se sentó en una de las bancas metálicas.

—Es una criatura impresionante. Lo llamé Daemon... por su apariencia. En su etapa juvenil, tenía una mirada oscura, agresiva. Nadie esperaba que sobreviviera... pero lo hizo. Y de una forma que cambió la jerarquía de toda la Zona Roja.

Leo se sentó junto a él, completamente absorto. Los demás adolescentes, al notar el tono del doctor, se acercaron en silencio.

Elías empezó a hablar... y los llevó cuatro años atrás.

El Desafío del Sanguinario

Cuatro años antes, Daemon no era más que un adolescente de doce años, con una longitud de 11 metros y una altura de 4.5 metros. A pesar de su tamaño, aún no era lo bastante pesado como para ser un verdadero contendiente en un territorio plagado de depredadores adultos.

La Zona Roja era el infierno encarnado. Un territorio central y caliente, de junglas espesas, barrancos y claros que olían a sangre seca. Allí dominaban los más peligrosos: Allosaurus en pareja, un Carnotaurus viejo y rápido, y sobre todo, el Torvosaurus, conocido por los científicos como el Sanguinario.

Ese depredador medía lo mismo que Daemon, pero era un adulto experimentado. Su mandíbula estaba llena de cicatrices, y su cuerpo presentaba marcas de anteriores combates. Era despiadado, no por territorialidad, sino por placer. Atacaba por costumbre.

Daemon era solitario. No tenía madre ni hermanos. Había sido liberado antes de tiempo por un fallo del sistema de contención. Todos esperaban que muriera pronto, pero contra todo pronóstico, sobrevivió.

No fue por fuerza... al menos no al inicio. Fue por inteligencia. Daemon aprendió a acechar carroña, a usar su olfato para identificar riesgos y a moverse de noche, cuando los adultos descansaban o patrullaban en otras zonas.

Pero hubo un momento... un solo instante, que cambió todo.

Fue una mañana pesada. La niebla no se levantaba del todo, y el calor sofocaba hasta a los insectos. Daemon, con hambre, había encontrado los restos de un herbívoro muerto días antes. Apenas quedaban huesos. Aun así, se acercó.

Y entonces, un rugido retumbó.

El Sanguinario apareció entre los árboles, su cuerpo cubierto de barro y sangre. No era su presa, pero tampoco le importaba. Lo que vio fue una provocación: un joven T. rex ocupando un claro de la Zona Roja.

Daemon se quedó quieto. Su cuerpo le gritaba que huyera. Pero algo en él... no lo permitió. Dio un paso hacia adelante y rugió de vuelta.

El Torvosaurus lo observó. Tal vez esperaba que huyera, como todos los jóvenes que se cruzaban con él. Pero Daemon no lo haría. Tenía hambre. Y por primera vez, se sentía capaz de más.

La lucha comenzó con una carga brutal. El Torvosaurus intentó morderle el cuello, pero Daemon se echó hacia un lado y contraatacó, mordiendo su costado. No logró herirlo mucho, pero fue suficiente para sorprender al veterano.

El combate duró minutos. Luego más. Ambos giraban, mordían, se empujaban. Daemon fue herido varias veces. Su costado sangraba, y su pierna izquierda tenía un corte profundo. Pero no cedía.

Cuando parecía que el Torvosaurus iba a ganar, Daemon usó el entorno. Retrocedió hacia una zona rocosa. El Torvosaurus lo siguió. Daemon fingió debilidad... esperó... y saltó hacia un borde, empujando con todo su peso al Sanguinario contra una piedra afilada.

El impacto fue violento. El Torvosaurus rugió de dolor. Daemon no desperdició la oportunidad. Mordió su cuello, presionó con fuerza, y aunque no lo mató de inmediato, lo dejó debilitado. El Torvosaurus se retiró, sangrando y furioso, pero sin fuerzas para continuar.

Daemon no lo persiguió. No era su estilo. Se quedó allí, respirando con dificultad, sangrando, pero vivo.

Ese día, los sensores térmicos registraron su victoria. El único T. rex juvenil que se había enfrentado al Sanguinario... y sobrevivido.

De vuelta al refugio

Elías se quedó en silencio. Leo lo miraba con los ojos brillantes.

—¿Y qué pasó con el Torvosaurus?

—Desapareció por semanas —respondió Elías—. Luego, fue encontrado muerto cerca de un barranco. Creemos que sus heridas lo debilitaron, y cayó mientras cazaba.

—¿Y Daemon? —preguntó Kiara—. ¿Qué hizo después?

—Creció. Aprendió. Dominó la Zona Roja. Ya no fue solo el joven que sobrevivió… Fue el depredador al que todos evitaban.

Leo bajó la mirada.

—¿Y ahora... nosotros estamos en esa zona?

Elías asintió lentamente.

—Sí. Pero Daemon no caza por placer. Solo cuando alguien entra en su territorio. Eviten los rugidos. Eviten los claros. Si escuchan pasos pesados... no corran. Ocúltese y esperen.

Leo tragó saliva. A pesar del miedo, sentía algo más. Una admiración profunda.

Daemon no era solo un dinosaurio. Era una leyenda viviente. Un símbolo de lucha, supervivencia y evolución.

Elías se levantó y volvió a su caja de suministros.

—Prepárense. Saldremos en una hora.

Leo se quedó en su lugar, contemplando la oscuridad del túnel que daba hacia la selva.

(Imagen)

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