Ser creativo en un mundo de fantasía

Chapter 26: capitulo 25



Alex se recostó en la cama, el peso de la conversación y el dolor de sus heridas aplastándolo contra el jergón. "¿Romperá su palabra?", preguntó en voz baja, la duda una serpiente fría en su estómago a pesar de la oferta solemne. Tres monedas de plata. ¿Será suficiente para saciar el favor de un Caballero Imperial?

El rostro de Danis se sonrojó profundamente, una reacción inesperada en la temible Reina de la Espada. "B-bien, Tómalos", balbuceó con voz temblorosa, casi arrojándole las tres monedas de plata. Las monedas, pequeñas y grises, contrastaban brutalmente con la gloria sangrienta que había reconocido momentos antes. "Cumplo mis promesas."

*Reviso el total de mis lp 120 llego ha tanto parece que al desmallarme y vecer ese lobo adquiri una grande o mejor dicho una super cantidad de lo por superar esa dificultad.*

*Y recibo un aumento de 20 LP, dándome un total de 140 LP para poder cumplir el total.*

La mirada de Alex siguió a Danis mientras ella salía de la improvisada enfermería en la capilla, su armadura blanca destellando bajo los vitrales. ¿Rubor? ¿En ella? Parpadeó, sorprendido. Su mente, agotada pero alerta, daba vueltas. La curiosidad ardía en su interior, mezclada con un escepticismo profundo. Un favor de sangre... por tres monedas. Nadie hace eso. Nadie.

De repente -

Aplausos. Aplausos. Aplausos. Aplausos. Aplausos.

Un fuerte y rítmico aplauso destrozó el silencio relativo y sus pensamientos.

"¿Qué...?" Murmuró Alex, girando la cabeza con torpeza hacia el origen del ruido, proveniente de más allá de la puerta de su celda. Ardiendo de esa curiosidad punzante, se obligó a ponerse de pie. Sus músculos gritaron en una protesta aguda, sus piernas dormidas hormigueaban como si estuvieran plagadas de hormigas eléctricas. Cada movimiento era una puñalada.

"Joder...", susurró, tambaleándose hacia la pesada puerta de madera que lo separaba del sonido.

La empujó, revelando un enorme salón al fondo del pasillo. Filas de bancos de madera gastada se extendían, llenas de gente charlando y sonriendo con una normalidad que chocaba con su realidad reciente. Al frente se alzaba un altar blanco de piedra, iluminado por una gran vidriera que representaba ángeles en combate contra demonios, entretejidos con símbolos geométricos extraños e incomprensibles que parecian vibrar con luz propia. Era una capilla, pero no como las que él conocía.

Los niños, expectantes, se apiñaban en las primeras filas, mientras los adultos, con expresiones más cansadas o cínicas, ocupaban las últimas. En el altar, una monja anciana, su rostro un mapa de arrugas profundas que hablaban de décadas de austeridad y quizás sabiduría, presidía la escena. A su lado estaba la misma "hermana" de rostro dulce que había atendido a Alex antes; su sonrisa serena no se había desvanecido, un contraste inquietante con la tensión que Alex empezaba a sentir.

"El próximo será rón", anunció la vieja monja, su voz seca cortando el murmullo general.

Un susurro de anticipación recorrió la multitud antes de que un joven se pusiera de pie en el centro. Era alto, musculoso como un toro joven, y caminaba hacia el altar con un aire de arrogancia palpable. Su sonrisa se ensanchó al flexionar los brazos, presumiendo claramente de su físico ante las miradas, especialmente femeninas, que lo seguían.

Alex, apoyado en el marco de la puerta, arqueó una ceja. Un escote de irritación le recorrió la espalda. "¿Qué demonios le pasa a este tipo?", murmuró para sus adentros, recordando la masa oscura del Lobo Alfa y el olor a hierro y entrañas. Aquí pavoneándose como un gallo.

rón llegó al altar y se inclinó con una floritura exagerada.

"Que los Designios te otorguen una clase digna de tu cuerpo y alma", entonó la monja mayor con solemnidad. La hermana de rostro dulce levantó entonces un orbe de cristal verde, del tamaño de una cabeza humana, que palpitaba con una luz tenue desde su interior, donde símbolos dorados danzaban como peces en un estanque.

"Coloca tu mano sobre el orbe", ordenó suavemente la hermana.

rón lo hizo sin vacilar, con un gesto de suficiente y tocar la superficie con la palma. El orbe se iluminó de repente, un brillo intenso que hizo entrecerrar los ojos a muchos, los símbolos dorados girando frenéticos antes de alinearse bruscamente y formar una palabra etérea que flotó sobre el cristal:

[COCINERO(D)]

La sala quedó sumida en un silencio absoluto, roto solo por un grito ahogado.

—¡¿Q-Qué?! —exclamó rón, su voz antes segura ahora temblando como un junco—. ¡Pero hermana, mírame! ¡Esto... esto tiene que estar mal! ¡Soy fuerte! ¡Él entrenó!

La monja mayor entrecerró los ojos peligrosamente, su expresión de mármol. "¿Estás cuestionando el Orbe Sagrado de la Clasificación, muchacho? ¿La voz misma de los Designios?"

rón palideció como la cera. "N-No, reverenda madre...". Se dio la vuelta y bajó el escenario con pasos trémulos, su arrogancia destrozada como cristal bajo una bota. Las risitas ahogadas y los murmullos burlones lo siguieron.

"Siguiente... Alex Perrin."

Alex quedó paralizado. Por un instante, su corazón pareció detenerse. El sonido de su propio nombre, en ese lugar, tras la humillación de Azrón, fue un mazazo. Apenas se dio cuenta de que la hermana de rostro dulce se inclinaba y susurraba algo a la monja mayor, señalando discretamente hacia él.

"Ah, ya veo...", dijo la anciana monja, asintiendo con una mirada inescrutable que recorrió a Alex de pies a cabeza, deteniéndose quizás en sus vendajes. "El siguiente será..."

"Estoy aquí", interrumpió Alex, forzando su voz para que sonara fuerte y firme, empujándose del marco de la puerta. Tres monedas de plata. Sobreviví a un Lobo Alfa. Puedo caminar hasta ese maldito altar.

Todas las cabezas se volvieron hacia él como un solo organismo. Los murmullos se extendieron como un reguero de pólvora, esta vez cargados de un reconocimiento diferente:

"¿Es él? ¿El idiota que se enfrentó al Lobo Demoníaco Alfa?"

"¡Sí! ¡Sólo él sobrevivió de los civiles que el noble patrocino!"

"Qué tonto temerario."

"O tal vez... tal vez es valiente." (Esta última voz, dubitativa, femenina).

"Valiente o estúpido, ahora veremos de qué está hecho realmente."

Alex ignoró los susurros como había ignorado el dolor al levantarse. Caminó hacia el altar con la cabeza bien alta, cada paso una batalla contra el fuego que le recorría las piernas y el costado, concentrándose en no tambalearse. El camino le pareció kilométrico bajo el peso de cientos de miradas.

Al llegar, la hermana de rostro dulce dio un paso hacia él. "¿Estás bien?" preguntó suavemente, una genuina preocupación reflejada en sus ojos claros.asintió.

—Sí —respondió, su voz más ronca de lo que hubiera querido.

La monja mayor lo observa un instante, sus ojos antiguos escudriñándolo, y luego avanzando, una sombra de algo que podría ser respeto o simple pragmatismo cruzando su rostro. "Inclina la cabeza."

Alex lo hizo, sintiendo la frialdad del símbolo de estrella metálica que la anciana colocó brevemente en su frente. Su voz, firme y ritualista, resonó en el silencio expectante: "Que los Designios te otorguen una clase digna de tu cuerpo, tu alma y el sacrificio que alberga tu corazón".

*Sacrificio.* La palabra resonó dentro de él. *¿Sacrificio o simple instinto de supervivencia?*

La hermana dio un paso al frente, sosteniendo el pesado orbe verde brillante hacia él. "Ahora", dijo con su voz melodiosa pero ineludible, "pon tu mano sobre el orbe y acepta el juicio de los Designios".

Alex no dudó. No había lugar para el miedo ahora, solo para la aceptación. *Lo que sea, será.* Presionó su palma contra la superficie fría y lisa del cristal.

El orbe explotó con luz. Una luz blanca, cegadora, que llenó el salón durante un latido eterno. Los símbolos dorados bailaron frenéticos, más rápido que con rón, girando como un torbellino antes de detenerse bruscamente y formar una palabra clara, simple, inapelable:

[CAMPESINO(F)]

La sala cayó en un silencio atónito, aún más profundo que el que siguió a la clasificación de rón. Luego, como una ola rompiendo, se estalló.

Risas. Abiertas, burlonas, crueles. Murmullos de incredulidad mezclados con desdén. "¡Campesino!" "¡Después de tanto alboroto!" "Valiente, sí... valiente como un buey."

Alex parpadeó, la luz residual del orbe manchando su visión. Mirró la palabra flotante, luego sus manos, callosas pero vacías. Un vacío frío se extiende en su pecho, ahogando momentáneamente el dolor físico.

*'...¿Qué demonios?'* El pensamiento fue plano, carente de la rabia que quizás debería sentir. *'Bueno, era lo más posible. Lo lógico.'* Recordó las tres monedas de plata, ahora pesando como pérdidas en su bolsillo. *'Mi familia es humilde, de tierra y sudor. Sobrevivir al Lobo no cambia la sangre. No podía esperar algo mejor... ¿verdad?'*

Pero en lo más profundo, bajo la resignación forjada por una vida de límites, una chispa minúscula, la misma que lo mantuvo firme, se negó a extinguir del todo.


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