Pokémon: Este mundo será mío

Chapter 1: Prologo



Nos encontramos en Kanto, una región del mundo Pokémon donde diversas especies coexisten y conviven con los humanos sin demasiados problemas.

En esta región, nos ubicamos en uno de los muchos bosques que la conforman. Un anciano de bata de laboratorio caminaba tranquilamente por un sendero, sin aparentar preocupación. Aquel hombre era el profesor Oak, el legendario entrenador de antaño y ahora un reconocido investigador Pokémon.

Había viajado hasta esta zona de Kanto tras recibir reportes sobre la aparición de Pokémon errantes que se infiltraban en tiendas y cultivos de las ciudades cercanas, robando comida antes de huir.

—Esto es bastante curioso —murmuró para sí mismo—. Dos Rattata irrumpieron en un cultivo y comenzaron a robar bayas silvestres. Pero lo extraño aquí es que esas bayas fueron cultivadas para el consumo humano, precisamente para evitar que los Pokémon se vieran obligados a robar alimento. Aun así, en los últimos dos meses ha habido múltiples incidentes similares…

Mientras caminaba sin prisa por el sendero, un Pidgey pasó volando a toda velocidad sobre su cabeza. Años de entrenamiento y combates le habían forjado un instinto de alerta que, de inmediato, se activó.

Oak notó algo entre las garras del ave: una baya. Rápidamente revisó su portapapeles, donde llevaba imágenes de los cultivos afectados. No tardó en darse cuenta de que ese Pidgey acababa de robar una de las bayas en cuestión.

Sin dudarlo, aceleró el paso y comenzó a correr en dirección al Pokémon, que volaba a la altura de los árboles. Por suerte, aquello jugaba a su favor, pues de otro modo le habría sido imposible seguirlo sin la ayuda de uno de sus Pokémon.

El Pidgey se adentró en un claro del bosque, donde un grupo de Pokémon parecía agruparse en círculo alrededor de algo. La escena intrigó a Oak, quien decidió esconderse tras un árbol para observar antes de intervenir.

—Qué extraño… —susurró—. Desde aquí puedo ver un Raticate y varios Rattata, que parecen rodear algo. Pero también hay Pidgey y Spearow, especies que rara vez comparten territorio, y menos con Rattata. Y aún más curioso: esos Spearow están vigilando los alrededores… Un comportamiento muy inusual.

Oak continuó observando sin intervenir. Vio cómo el Pidgey aterrizaba frente a los Rattata y al Raticate. Apenas les mostró la baya, el grupo se apartó cuidadosamente, revelando lo que ocultaban en su interior.

Oak abrió los ojos con asombro.

En el centro del círculo, un niño de cabellos verdes y revueltos se encontraba sentado en el suelo. Su ropa estaba desgastada, y no parecía tener más de dos años. La visión impactó al profesor, quien se quedó inmóvil, tratando de asimilar lo que veía.

El niño, con esfuerzo, levantó la mano. Su frágil cuerpo parecía no estar resistiendo bien la dura vida en la naturaleza, a pesar de la ayuda de los Pokémon. Con gentileza, el Pidgey dejó caer la baya en su mano. Sin dudarlo, el pequeño la devoró en cuestión de segundos.

Oak, aún confundido y maravillado por aquel inusual comportamiento de los Pokémon, sintió que su instinto paternal se imponía sobre su curiosidad científica. No podía dejar al niño en esas condiciones.

Con paso decidido, salió de su escondite y avanzó hacia el claro. En cuanto los Pokémon notaron su presencia, el pequeño también volteó a mirarlo.

Los Rattata y el Raticate se pusieron en posición de defensa, emitiendo chillidos amenazantes. En el mismo instante, los Pidgey y Spearow alzaron el vuelo, listos para lanzarse contra Oak. Viendo esto, el profesor llevó la mano a su cinturón, preparado para liberar a uno de sus Pokémon si la situación lo requería.

Pero todo se detuvo en un segundo.

El niño posó su pequeña mano sobre la cabeza del Raticate a su lado. El Pokémon lo miró con desconcierto, pero pronto retrocedió. Los demás siguieron su ejemplo, dejando de chillar y de sobrevolar la zona. Se colocaron detrás del pequeño, como si quisieran protegerlo, pero sin mostrar agresión.

Oak aprovechó la tregua y se acercó lentamente. Caminaba con firmeza, pero con cautela, procurando no parecer una amenaza. Los Pokémon percibieron sus intenciones y se relajaron.

Cuando estuvo frente al niño, Oak confirmó sus sospechas: no tenía más de dos años y su cuerpo mostraba signos de desnutrición. La preocupación se reflejó en su rostro mientras se agachaba para nivelar su altura con la del pequeño.

—Hola, pequeño. ¿Estás bien? —preguntó con suavidad.

El niño asintió con la cabeza.

—¿Ellos te han estado cuidando todo este tiempo?

Otro asentimiento.

Oak sonrió, conmovido.

—Lo siento, pequeño, pero no puedo dejarte aquí. No es justo que vivas en estas condiciones, aunque tengas la ayuda de estos amiguitos tuyos. Como padre y futuro abuelo… no puedo permitirlo.

Por primera vez, el niño no respondió con un gesto inmediato. En cambio, giró la cabeza y miró a los Pokémon que lo habían protegido durante todo ese tiempo.

Oak no escuchó ningún sonido, ni vio señales evidentes de comunicación. Pero, tras unos segundos, los Pokémon comenzaron a emitir sollozos. Rodearon al niño, frotándose contra él en un claro gesto de despedida.

El Raticate, aparentemente el más viejo del grupo, se acercó con lágrimas en los ojos y tocó su frente contra la del pequeño. El niño hizo lo mismo, en un silencioso acto de respeto y afecto.

Tras separarse, el Raticate se dio la vuelta y comenzó a adentrarse en el bosque. Los demás Pokémon lo siguieron, aunque algunos se giraron para mirar una última vez al niño. Finalmente, desaparecieron entre los árboles.

Oak, asombrado por lo que acababa de presenciar, murmuró:

—Fascinante…

Miró al niño, quien seguía observando el bosque con los ojos llenos de lágrimas. Lentamente, movía su brazo derecho de un lado a otro, despidiéndose de aquellos que habían sido su familia.

El profesor sintió un nudo en el pecho, pero sabía que estaba tomando la mejor decisión para el pequeño.

Con un gesto amable, le tocó el hombro y le señaló su espalda.

—Súbete —le dijo con una sonrisa—. Te llevaré a tu nuevo hogar.

Aquel niño no respondió con palabras, pero se aferró con fuerza al profesor cuando este lo cargó en sus brazos.

Mientras se alejaban del bosque, Oak pensó en silencio: A partir de ahora, serás mi nieto, es lo mínimo que puedo hacer.

Y con paso firme, se dirigió hacia el nuevo hogar del pequeño.


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